Hablo
bajo la inminencia
de
un susurro que viene del costado.
Mi
pueblo,
puede
estar en cualquier parte.
No
es un mapa, un estandarte
legado
por la historia.
Tiene
un ultimátum,
como
ese beso alargado
que
no termina de explotar,
indiferente,
aliado
de un amor así nomás.
Aprobé
la materia del miedo
ahora
que más la necesito
cuando
el odio se transforma
en
un peatón,
en
sobremesa de café,
cuando
el indígena llora callado un rostro
o vuela entre la etnias
una
mariposa eterna.
No
pienso renunciar a las calles,
ni a
las palabras frente al puerto
cuando
baja el sol,
más
allá de las flores.
Caminaré
hasta el puente
por
el costado,
si
es necesario,
como
una prudencia para miedo tonto,
con
el susurro en la espalda.
Y
con la misma vueltita de alondra,
la
que acostumbro siempre,
me llevaré al pueblo,
a
cualquier parte,
a
mi lugar seguro,
que
es un banco frente al mar,
donde
vi muchas gaviotas
entre
los barcos.
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