Silencio,
he barrido la casa.
Un entrevero de hojas y flores en el jardín
mantiene el desorden vital.
Solo el corazón,
desatado de un pasado lluvioso,
anda prolijo por los rincones.
Me siento, me inclino, me encorvo
como si quisiera mirármelo;
o no, mejor como si quisiera
atraparme en ese hueco
donde estoy yo.
Las cosas han cambiado de ritmo,
ese golpeteo lento en el que son posibles
las miradas
y uno puede retener los ojos del otro
después de un rato.
Grandes, brillosos preguntando
por el hilo de tristeza
que me une a un no sé qué a lo lejos,
donde suelen alojarse las miradas,
me dice,
y yo le digo: no es tristeza, es paz.
Esa paz del golpe bajo
que te deja pensando en amarillo.
No soy de esos ángeles con alitas
soy este silencio corto
solo cuando la tarde se hunde
en el rayo que llega a la ventana,
entonces la abro
me miro en los cristales
barriendo el otoño
y entiendo que toda manifestación voraz
por apartarme de mi
no es más que un llegar a casa
de la manera que sea
y aún a la fuerza,
me siento, me inclino, me encorvo
y vuelvo a atraparme
en el hueco mío,
allá por los rincones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario