Son vagabundeos
inexcusables.
Cuando comienzan a caminar los ojos,
al abrirse,
llegan hasta la viña,
no les molesta el cristal,
el reflejo,
la luz,
el pelo revuelto.
El mar se conforma con el segundo plano,
como esos buenos amantes
siempre dispuestos,
que no señalan la hora.
Abro la puerta,
salgo,
mar y viña,
uno a cada lado,
son ángeles que respiran sobre el hombro,
bajan conmigo,
me empujan hacia el pueblo.
No me doy vuelta,
los dejo ahí,
contemplar,
porque lo que sigue,
esos diez minutos de montaña,
no existen en el mapa,
solo en el diálogo
con el destino.
Cuando comienzan a caminar los ojos,
al abrirse,
llegan hasta la viña,
no les molesta el cristal,
el reflejo,
la luz,
el pelo revuelto.
El mar se conforma con el segundo plano,
como esos buenos amantes
siempre dispuestos,
que no señalan la hora.
Abro la puerta,
salgo,
mar y viña,
uno a cada lado,
son ángeles que respiran sobre el hombro,
bajan conmigo,
me empujan hacia el pueblo.
No me doy vuelta,
los dejo ahí,
contemplar,
porque lo que sigue,
esos diez minutos de montaña,
no existen en el mapa,
solo en el diálogo
con el destino.
Claudia
Brancati
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