A veces me recuerdo.
De niña siempre jugaba a hacer casas
con palitos
que juntaba entre el pasto largo.
Intentaba ver lo invisible,
como el momento preciso
en que se asoma un brote.
No tenía espejos de agua,
ni imaginaba lagos para mirarme.
Sabía de la muerte
solo después de una tormenta
y corría a enterrar
los pájaros caídos.
Nunca estuve acompañada,
pero un universo de cosas
me necesitaba
y vagaba sin miedos,
sin caricias, sin atajos,
y siempre llegaba a
mí,
de todos modos,
o a mis casas chiquitas
de palo.
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