miércoles, 3 de noviembre de 2010

Retrato de familia

De mi madre aprendí
que tengo que hacer siempre
lo que me gusta
y que todo lo demás importa un pito
y de mi padre,
a mantener las cosas
bajo control.
De mis abuelas aprendí
a pelar los gajos de mandarina
por si me ahogo
y que las cirugías estéticas
duran poco.
De un abuelo heredé los genes
de loca de la guerra
y del otro aprendí que repartir
 bienes a tiempo
evita bombardeos a destiempo.
El amor me ayudó a parecer mala
durante el día,
ser buena al llegar la noche
y a descubrir
que no soy la pieza ideal para
un coleccionista de Penélopes.
La pasión me mostró
que luchar por mantener el puesto
de figurita que completa el álbum
se premia con un buen ramo de histeria
y soledad
y que la infidelidad
generalmente se salda
dándole al César lo que es del César
y a dios la espalda por un rato.
De mi profesión aprendí a leer el futuro
y de los niños a reír.
De mis hijos aprendí
que en un segundo,
la vida,
se transforma en otra vida
para siempre.

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