El 633 pasaba por la avenida Las cabañas.
Le decíamos avenida sólo porque tenía algo de asfalto y algunos negocios. Comparada con las calles de tierra que la rodeaban, pasear por la avenida Las cabañas era para nosotros como pasear por Corrientes.
Si el 633 ponía el cartelito que decía Udaondo, te llevaba para Castelar y si no lo ponía iba para Morón.
Betty , la hija de Carola y Antonio, vecinos de enfrente, trabajaba en una fábrica en la capital y salía a tomar el 633 a las cuatro de la mañana. Caminaba una cuadra y media esquivando, en la oscuridad, las ramas de las ligustrinas.
Iba a los saltos por las variadas veredas, porque cada vecino la hacía con lo que se le ocurría: unas eran de piedra, otras de cemento, otras de palos...
Betty compraba siempre la “Vosotras”.
Cuando íbamos con mi mamá a la casa de Carola, mientras ellas tejían o tomaban mate yo le pedía la revista y repartía mi atención entre lo que leía y lo que ellas chusmeaban.
Todas las noches después de cenar se reunían en la casa de Carola y a veces en la de Nidia. Estaban hasta la madrugada charlando y tejiendo. Por supuesto que ninguna trabajaba.
Yo siempre iba con mi mamá y me dormía con la cabeza apoyada en la mesa, escuchando el murmullo de ellas..
Nos íbamos cuando se levantaba Antonio, el marido de Carola, que era panadero y salía un poquito más tarde que Betty.
El único miedo que teníamos de volver a esa hora era a los perros, por eso mi mamá llevaba un palo por las dudas.
Desde el portón de mi casa hasta la puerta de la cocina, por donde entrábamos, había que caminar por lo menos cien metros en la oscuridad y dos por tres se metía algún perro por los agujeros del alambrado.
Era tan grande mi casa que por un portón salíamos a Gaona y por el otro portón a la calle Los Gauchos.
Muchas veces la gente aprovechaba para cortar camino y pasaba por el jardín de mi casa.
No teníamos miedo a casi nada.
Sólo una vez nos robaron, alrededor de la una del mediodía, cuando mi mamá nos acompañó a la escuela.
Fue María, la hermana de Topo, vecinos de al lado. Pasó por casa y se llevó el salame que mi mamá había dejado sobre la mesada de la cocina.
Es que María nunca iba a la escuela, tenía ocho años, casi no hablaba y siempre tenía hambre porque la madre trabajaba todo el día y Topo a pesar de ser mayor no era muy despierto, no sólo no la cuidaba demasiado sino que encima andaba por todos lados contando que ella era la que se había robado el salame.
Me quedó el ruido que hacía el 633 cuando frenaba en la parada de la avenida Las cabañas, sobretodo en el silencio del mediodía.
Ahora tengo el pelo igual de largo, pero rubio...
Bastantes años más y miedos que no distinguen la noche del día, ni se alejan con palos recogidos en la calle.
Yo no me fui... es esa vida la que se fue de mi.